Noche húmeda, tanto en el clima como en tus piernas.
Cálida entre mis brazos, fría en tu corazón.
Dejaste de creer hace mucho en el amor, dejaste de buscar eso imposible que nadie consigue al buscarlo, solo se encuentra y se disfruta.
Tu ropa estaba regada en alguna parte de la habitación.
Las sábanas cubrían todo lo que tu ropa interior dejaba el descubierto.
No recuerdo cómo llegamos hasta esa cama, dicen que los hombres que tienen buenas conversaciones y te hacen reír son peligrosos, y pues por lo visto soy de esos.
Par de palabras interesantes, una que otra risa y un taxi ya nos llevaba a una habitación de hotel.
Gracias a Dios caíste en manos responsables, prometo cuidarte, más no dejarte intacta.
Suavemente mi voz gruesa fue recorriendo tus oídos, mis palabras fluían sin sentido pero con una armonía perfecta para que tus piernas empezaran a erizarse, tus caderas lo hicieron primero pero me hice el tonto para no cortar tu monólogo orgásmico.
Parece que yo sobraba, mi voz lo estaba haciendo todo, tus manos se iban llenando de una energía sexual e iban recorriendo todo tu cuerpo, como ya dije, yo solo hablaba.
Mis manos sintieron celos y en un arrebato de malcriadez te arrancaron el brasier, te reíste y me dijiste: nadie lo había quitado tan rápido, yo respondí: nadie había tenido tantas ganas de quitarlo.
Teníamos música de fondo para hacer más ameno el momento, habían un par de botellas sobre la mesa de la habitación, unas copas tiradas en el suelo y ya tus piernas empezaban a gotear lágrimas de felicidad.
Me detuve un momento para verte los ojos, lo hice muy de cerca, sentía como tu respiración chocaba con mi rostro, tu aliento a dulce y con notas leves de alcohol embriagaban mis sentidos.
Sutilmente mi lengua recorrió tus labios, tu pierna se cruzó sobre mi cuerpo, tus manos abrazaron mi espalda y a pesar de no decir ni una palabra, hiciste un pequeño quejido que yo traduje como: ¡Haz lo que quieras!
Hice caso a mi apreciación y a pesar de que podía solo irme a lo macho, abrir las piernas y penetrar, decidí entrar primero en tu mente, decidí jugar un poco con tus sentidos, quise hacer lo que sabía nadie había hecho, te hice mujer, sin haberte desnudado por completo.
Dejé caer un poco de vino sobre tu cuerpo y perseguía las gotas con mi lengua, más de una traviesa bajó hasta tu entrepiernas y te me quedabas mirando con cara de expectativa.
A pesar de eso, aún no fui hasta allí.
Fuertemente crucé tus manos en tu espalda, te apreté contra mi pecho y te di el beso que jamás en mi vida había dado… ¿Qué demonios hice toda mi vida sin ti? ¿Dónde habías estado?
Lentamente bajé ese beso hasta el cuello, espalda, senos, ombligo, abdomen.
Veía con tentación más abajo pero sabía que no podía ir aún, era lo que esperabas, era un cliché sexual, era predecible, era más de lo mismo.
Te volteé, te subí un poco y tomaste la famosa posición de perrito, estabas sudaba, respirando profundo y rápido.
Jugué por toda tu espala, lo pasé entra piernas y nalgas, no entré, estabas desesperada, las ansias te estaban matando, estabas demasiado excitada, tenías gemidos involuntarios y pequeños espasmos en el vientre que me pedían a gritos entrar.
Lo estaba logrando, sabía que ya me querías adentro, sabía que ya había pasado el límite del juego previo, era el momento de actuar.
Como un tintan en medio de mortales sostuve tu cuerpo, lo volteé, te abrí las piernas con las mías y sin siquiera quitarte lo poco de tela que te quedaba, entré.
Tu gemido fue celestial, digno de un pecado mortal, tanto placer no podía ser algo bendito.
Soltabas pequeños sonidos parecidos a una risa, gemías tontamente, te quejabas, hacías silencio, murmurabas… Creo que fue la mejor penetración de tu vida.
Dejamos la poesía a un lado y como par de bestias en celo decidimos hacer de esa noche un tormento placentero, la pasión se descontroló, por momentos nos hacíamos daño, las posiciones no era suficientes, el aliento tampoco, el agua le faltaba a nuestros cuerpos, las sábanas en el suelo, la cama mojada, tu piel roja, la mía aruñada, tus labios hinchados, los míos rotos, tus ojos llorando, mi voz jadeando, nuestras almas disfrutando, los demonios envidiando y definitivamente sé que más de un ángel también.
Me pediste oral mutuo, necesitábamos descansar un poco, ya dolía, pero queríamos más.
Decidiste respirar de un poco sobre mi pecho, yo necesitaba respirar un poco en cualquier lado, pero necesitaba respirar.
Un break placentero, debíamos reponer energías, recuperar el aliento y seguir.
En medio del descanso, donde vale la pena recordar, ya habíamos llegado varias veces al clímax, incluso dentro de lugares donde nadie admite pero todos disfrutan.
Me hiciste una pregunta.
¿Yo soy solo sexo?
Me reí, te miré, tomé aliento y contesté:
Tú eres solo sexo, tú eres solo pasión, tú eres solo gemir, tú eres solo placer.
Tú eres solo eso que quiero tener para siempre, tú eres solo esas metas que quiero cumplir, tú eres solo la mujer con quien quiero recorrer el mundo agarrado de manos, tú eres solo lo que quiero conservar, tú eres solo lo que quiero ver al despertar, tú eres solo lo que quiero abrazar al dormir, tú eres solo todo lo que quiero.
Pensé dentro de mí que era un idiota, te dije todo muy rápido, quizás te ibas a reír, que estúpido fui, que rápido me enamoré.
Curiosamente tu cara no fue de sorpresa, parecía que esperabas que dijera eso, afirmaste con la cabeza, hiciste un gesto con la ceja, y dijiste: espero no me falles.
Esta historia no tiene final, aún sigo sin aliento y tú con esos pequeños espasmos en el vientre.