La decisión más fácil de tu vida, querías solo placer y decidiste tenerlo, querías usarme (y yo feliz) para luego botarme, solo sexo, solo jugar, mañana no recordaríamos nada.
Todo se complicó a mitad de un beso, te gustó más de lo que pensaste, gran problema para tu corazón, yo no recuerdo qué sentí, pero sí sé que quería repetirlo.
Tus piernas pondrían la prueba final de este orgásmico placer, luego de ese beso ya no estabas tan segura de si querías botarme al finalizar la noche, yo tampoco estaba seguro de eso, incluso se me cruzó la idea de por fin guardar tu número en el móvil, eso era un avance, significa que la idea de escribirte de nuevo se me había cruzado por la mente.
No sabíamos qué pasaría entre tú y yo, si cada quien se iría por su lado o ambos a la misma casa.
Pero antes de contar el final, recordemos qué pasó.
Mientras la ropa empezaba a sentirse pesada sobre una piel cada vez más mojada, por sudor en unas partes, saliva en otras, y un flujo un tanto atrevido entre tus dos muslos.
El clima que empañaba las ventanas se iba haciendo cada vez más intenso, afuera hacía frío, adentro era un infierno.
Los besos aligeraban los pasos de un orgasmo que venía cabalgando desde tus hombros hasta tus nalgas.
Nadie me diría el placer que había bajo tus caderas.
Gotas de sudor iban recorriendo tu cuerpo y hacían un pequeño giro un poco más abajo de tu ombligo.
Yo las perseguía con mi lengua, la cual también giraba a la misma altura, pero siempre dejando una mordida antes de bajar por completo.
Había una sorpresa “grande” bajos tus caderas, jugosa y carnosa, olvidé todos mis poemas al verla, dejé a un lado la literatura y me volví un cavernícola vulgar.
La tentación de lanzarme sobre ella de forma salvaje fue grande, pero recordé todos mis episodios sexuales anteriores y lo apresurado que buscaba todo en algunos, lo que dejó más expectativas que realidad.
Mi cuerpo rígido, mi mente hecha nudos, mi instinto animal excitado, mi cordura perdida, mis manos llenas de ese fluido antes mencionado, mis dedos perdidos en tus cavidades, mi lengua ansiosa por probarte, mis labios por conocer a tus otros labios, mis dientes por morderte… Pero pensé con claridad y primero te dejé a ti jugar.
Cambiamos posición y tu cara era de confusión, imaginaste que si quería pero no hice nada.
Con tus labios hiciste explotar mi cabeza (ambas) y con tu lengua no sé qué mierda hacías pero juro que nunca sentí tanto placer.
Tus manos estimulaban de forma controlada y no me dejaban explotar pero tampoco permitían que me apagara.
Tus dientes fueron un poco cruel pero dejé que lo fueran porque tus labios botaban una pequeña sonrisa macabra justo al clavarlos a la piel, sabía que esa sonrisa tenía más pecados escondidos y quería saberlos todos.
Tu posición era perfecta, la boca a una altura cómoda para balancearla al ritmo que quisieras, y las caderas bien levantadas dejando ver todo lo que aún quedaba por hacer.
Dejé que hicieras lo que querías, solo me dediqué a sentir placer, aguanté cada “corrientazo” que paralizaba el cuerpo justo después de cada “chupón” tuyo.
No te dejé terminar, tomé el control, te cambié de posición y de nuevo empecé a bajar.
Me esperaba un tobogán de sabores dulces y salados, con olores propios de la zona y ciertas apretaditas de piernas acompañadas de tirones de cabello que al oído me decían ¡maldición vas muy bien!
Decidí avanzar en mi estrategia y te monté como el más hermoso corcel, yo era el jinete y tú la bestia elegante de pasos fuertes y un “tumbao” en las caderas bastante rítmico, te movías sin parar, no dejabas de gritar, recuerdo que mordías la almohada y la sacudías como un león a su presa antes de matarla, lo disfrutabas al máximo, las cosas cambiaron, te montaste sobre mí y ahora la presa era yo, el control era tuyo y mientras más control, más gritos por toda la habitación.
Tus caderas seguían a la vista, con movimientos potentes que sonaban como tambores mientras subían y bajaban con todo el peso de la gravedad cayendo sobre mí… ¡Maldita ciencia, nunca había sido tan placentera!
Tuvimos que frenar, necesitábamos tomar algo, te levantaste y fuiste con toda la calma a buscar agua.
Caminaste sacudiendo las caderas de un lado para otro ¡Me descubriste! Sabías que me había enamorado con tus curvas, estaba perdido, ya conocías mi debilidad, ya no tenía nada qué hacer.
La luz estaba apagada, a la habitación solo entraban pequeños rayos de luna que se colaban entre las cortinas, golpeaban con tu cuerpo y mientras yo te veía como un estúpido atolondrado, hipnotizado, la vida me regaló la mejor escena que podía tener ¡Tus curvas a contra luz!
La oscuridad estaba presente, pero aquellos rayos de luz se deslizaban suavemente entre los márgenes de tu cuerpo y formaban la figura lumínica más hermosa del mundo, entre tus piernas habían gotas de muchos líquidos juntos y la luz que las atravesaba hacía que sobre tu piel pequeños arcoíris se formaran de manera aleatoria, el sudor en tu abdomen lanzaba destellos eróticos por la habitación y mientras ibas volteando para venirte de regreso, tus ojos lanzaron chispas de luz que nublaron mi vista, debo admitirlo, eras perfecta.
Mientras llegabas y tomabas agua me tomé el tiempo de leer entre tus líneas, repito eras perfecta, tenías tantos defectos que juntos hacían armonía entre ellos, adornaban tu piel y formaban un equilibrio perfecto entre lo que yo quería y lo que no sabía que quería hasta ese día.
¡Oye! ¡Basta de parla! Volvamos a la acción… Lo siento, por ahora solo brinca más fuerte a ver si terminamos pronto que ya vamos tarde para el trabajo, después terminamos la historia, no sé cómo aún no te cansas de escucharla.